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La huella andalusí que va de Wallada a Fernanda y Bernarda de Utrera

En Marchena de los Olivares cruza rápido por las arrugas de la cara de una mujer anciana el alma de Shams. Por el serpenteo sevillano de las calles hasta los Jardines de la Buhaira se dibuja en los rostros femeninos la efigie de Fatimah de Córdoba. Ambas fueron decisivas maestras de uno de los místicos y sabios andalusíes de todos los tiempos, Ibn Arabi (1165, Murcia – 1240, Damasco). Las dos permanecen aún más invisibles y sepultadas en el olvido que el propio maestro sufí. Un pasado “clandestino” que, pese a los cuatro siglos transcurridos desde la expulsión de los moriscos de la Península Ibérica, sigue “habitando nuestros sentimientos y pulsiones”, como sintetiza el escritor y profesor andaluz Antonio Manuel en su obra La huella morisca. El Al Ándalus que llevamos dentro (Almuzara).

Como el intelectual cordobés, con quienes asiduamente colaboran ilustrando sus ponencias, el proyecto musical de La Banda Morisca lleva andados ocho años en busca de las raíces populares y musicales que arrancaron en Andalucía, y haciendo sonar por escenarios de dentro y de fuera todas las que siguen plantadas en el interior. “Si nuestra historia es desconocida, y hemos estado obligados por la fuerza a olvidarla, la historia de la mujer mucho más. Hay miles de casos de mujeres en Al-Andalus olvidadas por los mismos historiadores, no solo ya por la historia moderna”, cuenta el alma máter del grupo Jose Cabral, en el descanso de la grabación del EP del adelanto de su tercer trabajo discográfico, Gitana moraDespués de Algarabya (Fol Música-Altafonte, 2016), más eléctrico, más viajero, más percusivo, y del que supuso su disco debut homónimo (2011, autoproducción), el grupo sigue experimentando y ahondado en un lenguaje musical que sigue una huella en el tiempo, pero que nadie sabe cuándo empezó y hasta dónde llega.

Porque la Banda Morisca en realidad no alude a una banda o un proyecto musical como tal. La Banda Morisca en sí, y de ahí el nombre de un grupo que ha actuado en la Asia ‘profunda’ de Samarkanda, en una gira norteamericana con paradas en Nueva York o Miami, o en La Habana, fue, entre los siglos XIII y XV, la frontera que separaba el reino arabo-andaluz nazarí de Granada de los reinos cristianos de Aragón y Castilla. “Una tierra de nadie en la que se cruzaron y cohabitaron comerciantes, nómadas y fugitivos cristianos y musulmanes, así como los primeros gitanos que llegaron a la península, cuyas influencias comenzaron a cristalizar en las formas y la sensibilidad de lo que posteriormente llegaría a llamarse cante jondo”, explican, tratando desde hace ya casi una década de reflejar en su música todo ese legado, todo ese mestizaje.

Y no sin dificultades, a pesar de los conciertos y de un nutrido grupo de devotos. Ahora, otra vez, en el estudio, en la lucha por grabar y publicar un nuevo trabajo que mantenga la llama. “No sé sabe cómo será la edición en el futuro, si lo físico desaparece y si todo es digital; nosotros estamos en medio. La historia es cómo llegar a la audiencia y a nosotros mismos con la música que tenemos entre manos”, se pregunta Cabral, oud, banjo, morisca y voces. A lo que él mismo responde: “Lógicamente, ahora se vive de esto gracias a los bolos, los discos se venden pero no sabes cuánto, ni cómo, ni dónde…”.

¿Por qué Gitana mora? “Primero de todo —responde Jose Cabral—, porque es el tiempo de la mujer; si se esperaba la llegada de una era de Aquarius, ahora lo femenino es la revolución, y no es que aprovechemos este momento, es que básicamente nos lo pide el cuerpo: poner música a todo aquello que tiene que ver con lo femenino de nuestra historia, sin salirnos de nuestro hilo tradicional, histórico, cultural…. Es nuestro leitmotiv en esta historia de Gitana mora, ahí se dice todo: lo gitano y lo moro se une de forma inextricable, inseparable, en nuestra tierra hasta puntos artísticos que nos sirven de inspiración”.

Canta Jose Mari ‘Chaba’ Cala por toná como metido en el agujero de los tiempos y el alioleanda de La Paquera en la Rumba morisca —uno de los nuevos temas del disco—, pero vuelven a los romances y a esas voces perdidas que se llevaron el mar y que nadie se acuerda de ellas. Los ecos del cuerveño han crecido al calor de este proyecto: “Han sido muchos años y si me escucho ahora el primer disco digo madre mía; se ha evolucionado mucho creo, y de las cosas más interesantes que me han ocurrido con esto ha sido rebuscarme, buscar nuevos timbres y melismas, y creo que el grupo suena compacto”.

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